22 de abril de 2013

¡El Buen pastor!

Evangelio según San Juan 10,1-10.

«En verdad les digo: el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por algún otro lado, ése es un ladrón y un salteador.
El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
El cuidador le abre y las ovejas escuchan su voz; llama por su nombre a cada una de sus ovejas y las saca fuera.
Cuando ha sacado todas sus ovejas, empieza a caminar delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz.
A otro no lo seguirían, sino que huirían de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús usó esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Jesús, pues, tomó de nuevo la palabra: En verdad les digo que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos los que han venido eran ladrones y malhechores, y las ovejas no les hicieron caso.
Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento.
El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud.




COMENTARIO:


  En este Evangelio de san Juan, el Señor nos muestra como los hombres sólo podemos llegar a la salvación a través de la fe en Cristo y por medio de su Gracia. Jesús es la puerta del redil y, queramos o no, solamente podremos alcanzar el Reino de Dios si estamos unidos a Él.


  Jesús utiliza las imágenes del pastor porque sabe que sus oyentes están familiarizados con los usos y costumbres de este oficio tan tradicional entre el pueblo de Israel. En aquellos tiempos era tradición reunir al oscurecer varios rebaños en un mismo recinto y dejarlos bajo la custodia de un solo guarda. Al amanecer, cuando cada pastor llegaba, éste les abría el aprisco y las ovejas salían al reconocer la llamada de su pastor. Pero para que esto sucediera así, era necesario que cada zagal les hiciera oír frecuentemente su voz, y así, cuando caminaba delante de ellas para conducirlas a los pastos, no se le perdía ninguna.


  Por eso este pasaje es un ejemplo precioso, donde el Maestro manifiesta que en su Persona se han cumplido las promesas sobre el Mesías hechas en el Antiguo Testamento, evocando uno de sus temas preferidos: Israel es el rebaño y el Señor su Pastor.
Profetas de la antigüedad, como Ezequiel y Jeremías, ante la infidelidad de reyes y sacerdotes a quienes también se aplicaba el término de pastores, prometieron unos pastores nuevos. Ezequiel señala que Dios suscitará un pastor único, semejante a David, que apacentará sus ovejas para que estén seguras.
Y en los Salmos nos encontramos, a través de pura poesía, lo que será para el Pueblo de Dios el Mesías esperado:

“El Señor es mi Pastor, nada me falta.
En verdes prados me hace reposar;
hacia aguas tranquilas me guía;
Reconforta mi alma,
Me conduce por sendas rectas
Por honor de su Nombre.

Aunque camine por valles oscuros,
No temo ningún mal, porque Tú estás conmigo;
Tu vara y tu cayado me sosiegan…” (Sal. 23)


  El Maestro hace uso de esa imagen para advertir a sus discípulos que hay que reconocer el mensaje del Señor, su Voz, porque desde los primeros momentos hasta los últimos, habrán pastores interesados en quedarse con el rebaño y arrastrarlo por caminos de perdición. Jesús es el Buen Pastor; Aquel que está dispuesto, y que dará, su vida por la de sus ovejas. Que luchará contra los lobos y llamará a cada una por su nombre, saliendo a su encuentro cuando se encuentre perdida.


  Nuestro Señor nos ha dejado un redil, la Iglesia, donde Él es la puerta para entrar –tanto pastores como fieles-  y la Voz para seguir. Esa voz que se actualiza a través del Magisterio y en la que todos tenemos la seguridad de encontrar la salvación. Nuestro Señor es la Cabeza de todos aquellos pastores humanos, necesarios para transmitir el mensaje salvífico que el Buen Pastor nos consiguió, con su entrega a los lobos, para salvar a cada una de sus ovejas.


  Jesús es la manifestación del amor; del cuidado solícito que se lanza al encuentro de cada uno de nosotros cuando estamos perdidos, débiles o heridos. Nos carga sobre sus hombros y, a través de los Sacramentos, nos retorna al redil donde somos curados, fortalecidos y amados. Nadie puede sentirse solo ni abandonado cuando forma parte de un Todo; cuando formamos parte de ese rebaño donde cada uno tiene un nombre que le hace especial y por el que el Señor ha dado hasta la última gota de su sangre.


  Ahora bien, conocer la voz de nuestro Pastor requiere escucharla con asiduidad; y sólo lo lograremos si somos capaces de prestar atención todos los días a la Escritura Santa, a los escritos de nuestra Madre la Iglesia. Si vivimos con intensidad la proximidad de ese Jesús que nos ama con locura y se nos entrega en la Eucaristía. Si nuestra vida es una constante oración contemplativa, donde toda nuestra existencia –vivida en la normalidad de nuestro estado- sólo tiene una finalidad: vivir en Cristo y que Cristo viva en cada uno de nosotros.