20 de julio de 2014

¿Eres trigo o cizaña?



Evangelio según San Mateo 13,24-43.


Jesús propuso a la gente otra parábola:
"El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo;
pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.
Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.
Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: 'Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?'.
El les respondió: 'Esto lo ha hecho algún enemigo'. Los peones replicaron: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?'.
'No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo.
Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'".
También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.
En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".
Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas,
para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo".
El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;
el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno,
y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.
El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,
y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!"

COMENTARIO:

  En este maravilloso Evangelio de san Mateo, encontramos diversos ejemplos de las distintas formas que puede adoptar una parábola: ya que el Señor utiliza, para transmitir su mensaje, desde una frase que encierra un profundo sentido, hasta una alegoría muy desarrollada. Jesús se desenvuelve, ante aquellos que le escuchan, en un tono que le sirva para acaparar su atención y excitar su curiosidad; porque el Maestro es, justamente, eso: la Palabra de Dios hecha Carne, que transmite la Verdad y el conocimiento divino, desde todas las perspectivas posibles.

  Pero este pasaje descubre una premisa indispensable para todos aquellos que queremos ser sus discípulos –los de ayer, hoy y mañana-: el deseo de penetrar y profundizar, más allá de la imagen expresada, haciendo de lo recibido, vida. Porque el Hijo de Dios llama a los hombres, revelándoles los misterios ocultos del Reino, para que nos responsabilicemos del tesoro concedido. Para que consultemos lo que no entendemos –porque para eso la Iglesia ejerce su Magisterio y dispone de sus ministros- y busquemos la Gracia, conferida en los Sacramentos, para poder obtener la luz del Espíritu, y llegar a entender las cosas de Dios. Hemos de pedir al Señor, que nos de –a la hora de transmitir su mensaje- una brizna de su amenidad, facilidad y “don de lenguas”; y, a la vez, que nos de –a la hora de responder a sus enseñanzas- ese deseo de encontrar, que nos hace abrir el corazón a la Palabra, a la coherencia y a la entrega total del “yo”.

  Esta parábola de la cizaña, que contemplamos, complementa a la del sembrador, aunque con un significado distinto: Aquí nos dice el Señor, que mientras Él y sus discípulos siembran la semilla de la fe en el mundo, el diablo y sus secuaces, también siembran entre los hombres, la semilla del mal. Esta es la causa de que convivan, en cualquier parte y situación, obras de santidad que exaltan al ser humano y, a la vez, violencia e injusticias que lo degradan. Demostrando hasta qué límites de barbarie es capaz de alcanzar la persona, cuando da la espalda a Dios.

  La enseñanza que Jesús nos da, es que ante la coexistencia del bien y del mal en esta vida, hay que tener paciencia. Porque a veces, aquellos que han cometido errores son capaces de rectificar y, arrepintiéndose, llegar a ser ejemplo de coherencia cristiana, entrega y santidad. Solamente al final de este tiempo de merecer, surgirá la espiga granada y será fácil –e inevitable- separar el bien del mal, con sus debidas consecuencias. Como siempre, el Maestro nos habla de esperanza, sobre todo en estos relatos de la mostaza y la levadura: porque en estas imágenes agrícolas y domésticas, el Señor trata de la desproporción del resultado final, ante la pequeñez de sus comienzos.

  Esa palabra dicha en el momento oportuno, sin vergüenzas, para hacer llegar a nuestros hermanos la Verdad del Evangelio, puede llegar a ser –con el tiempo- una fe recia que de frutos y haga de la persona que lo recibió, ejemplo para multitudes. No podemos olvidar nunca que, cuando nosotros cumplimos con nuestro deber de bautizados, transmitiendo la salvación de Cristo a nuestros hermanos, es la fuerza del Espíritu la que nos da “explicaderas” e infunde en los que nos escuchan, “entendederas”. Tú y yo, cuando estamos en Gracia y hablamos de Dios, nunca estamos solos; porque Él está con nosotros. Y es esa certeza la que consigue que un poco de levadura, haga fermentar toda la masa.

  No es cuestión de hacer cosas extraordinarias, sino de vivir con coherencia nuestra fe y mostrar a los demás la alegría cristiana que se comparte al lado de Nuestro Señor. Dar testimonio de la paz que se desprende de vivir las virtudes, hasta las más pequeñas: la paciencia, la templanza, el orden, la humildad… Y el gozo de participar, en la familia, de ese puerto seguro en el tiempo donde siempre eres admitido con amor, por lo que en realidad eres, y no por lo que pareces. Esa es la figura del cristiano, inmerso en medio de un mundo complicado y sembrado de mala doctrina, pero que es capaz –si vive sin desnaturalizarse- de ganar, con su ejemplo y sus palabras, almas para Dios.