4 de julio de 2014

¡No le hagamos esperar!



Evangelio según San Mateo 9,9-13.


Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.
Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?".
Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.
Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo, nos descubre el misterio del porqué tú y yo estamos aquí intentando servir al Señor, con nuestros pobres medios. Y es que Jesús escoge a los que quiere, sin atenerse a patrones fijos y con un criterio totalmente distinto al que seguimos los hombres: llama a pobres y ricos, santos y pecadores, jóvenes y ancianos, sabios y necios. Todos tenemos cabida en el Corazón misericordioso del Hijo de Dios.

  El Maestro reparó en su camino con aquel cobrador de impuestos, llamado Leví. Para todos era un publicano que ejercía el pecaminoso oficio de recaudar dinero de los judíos para la hacienda de Roma; pero para Jesús, que sabe ver en el interior de las personas su verdadero valor, aquel que era tenido por todos como infame, iba ser escogido por el Señor como su apóstol y, posteriormente –como cuenta la Tradición- como uno de los evangelistas que pusieron por escrito la vida y la Palabra de Cristo, para guardar en la memoria del tiempo el mensaje de la salvación.

  Y Jesús lo llamó; le pidió que dejara la seguridad de su trabajo y que pusiera en Él su proyecto de futuro. Seguramente Mateo había oído hablar de Jesús; posiblemente conocía la trayectoria de su ministerio y había tenido acceso a sus milagros. Pero, a la vez, debía estar al corriente de la animadversión que sentían los fariseos hacia Él; por eso, la decisión de seguirle significaba aceptar en Jesús todas las dificultades que pudieran derivarse de su resolución. Y aquel hombre considerado por todos los demás, indigno de relacionarse con sus conciudadanos, respondió a Cristo, en la libertad de los hijos de Dios, con una entrega total de su persona.

  Párate un momento, y recuerda cuando el Señor te pidió que le siguieras. Tal vez eras un crío, o un anciano; y quizás pensaste que esa voz interior, que no podías acallar, era fruto de tu imaginación o de tu conciencia. Y revive, si puedes, el momento preciso en el que te diste cuenta de que, sin mérito por tu parte, el Maestro te quería para Él. Pues bien, ahora que ha pasado el tiempo, déjame que te recuerde que Dios es inmutable; por eso sus decisiones son eternas y no varían en el tiempo. Si nos llamó una vez, fue una convocatoria que durará para siempre; somos nosotros, pobres humanos, los que ante el compromiso adquirido, nos atemorizamos y abandonamos al Maestro. Es posible que éste sea el momento de pedirle a Jesús, con toda intensidad, que nos de fuerzas como a Leví, para seguir respondiéndole  afirmativamente el resto de nuestra vida.

  Quiere Mateo que quede muy clara la actitud de Cristo ante los pecadores. Porque a pesar de saber que su conducta iba a ser piedra de escándalo para aquellos que no habían entendido que el “Hijo del Hombre” había venido a salvar a los que estaban perdidos, Jesús se acerca a ellos y, con amor, les habla de conversión y de arrepentimiento. Solamente la proximidad del Señor, es causa suficiente para que aquellos hombres decidan dar un cambio a su existencia. Por eso, para nosotros, que hemos decidido seguir el ejemplo del Maestro e intentar que no se pierda ningún alma para Dios, debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano para acercar a las gentes a ese lugar donde Jesús les espera: los Sacramentos de la Iglesia. Solamente allí, delante Del Sagrario, esos corazones cargados de dolor y frustración podrán volver a recuperar la esperanza que imprime en nosotros la fe. Nuestro Dios nos llama; hay mucha tarea para hacer. ¡No le hagamos esperar!