Evangelio según San Mateo 13,31-35.
Jesús propuso
a la gente otra parábola:
"El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre
sembró en su campo.
En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la
más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que
los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".
Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a
un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta
que fermenta toda la masa".
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les
hablaba sin parábolas,
para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas,
anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
COMENTARIO:
Este Evangelio de Mateo continúa, como los
anteriores que estamos meditando en estos días, presentando las parábolas que
Jesús utiliza, para mostrarnos la realidad del Reino de Dios. El Señor nos
habla y lo compara, a esa semilla de mostaza que es capaz de crecer y
convertirse en un frondoso árbol, donde todos los pájaros tienen cabida. Y lo
hace así, porque con sus palabras recuerda aquella profecía escatológica, que
fue anunciada por Ezequiel:
“Esto dice el Señor Dios:
“también yo voy a llevarme la copa de un cedro
Elevado y lo plantaré;
Arrancaré un renuevo del extremo de sus ramas
Y lo plantaré en un monte alto y eminente.
Lo palantaré en el monte alto de Israel.
Y echará ramas, dará fruto
Y llegará a ser un cedro magnífico.
En él anidarán todas las aves,
A las sombras de sus ramas pondrán sus nidos
Toda suerte de pájaros.
Y todos los árboles del campo sabrán
Que Yo, el Señor, he humillado al árbol más elevado
Y he enaltecido al humilde;
He secado el leño verde
Y hecho florecer el seco.
Yo, el Señor, lo digo y lo hago”” (Ez 17, 22-24)
Aquí vemos como el propio Dios, a través de su
profeta, anuncia a su pueblo que Él mismo es y será el Protagonista de la
historia de la salvación. Hoy, Cristo –el Verbo encarnado- testifica con su
mensaje, su vida, su muerte y su Resurrección, que ese momento ha llegado, y
que el Hijo de Dios ha venido para poner la semilla de la fe, en el corazón de
los hombres. Nos ha hecho, por la Gracia sacramental, miembros de su Cuerpo
Místico y, por ello, transmisores de la Redención, a nuestros hermanos.
Aquel que fue considerado el más humilde de los
hombres, y que fue tratado con odio y desprecio, para ser crucificado como un
delincuente, será glorificado y revelado al mundo, como el Rey de Reyes
anunciado. En Él, cada uno de nosotros nos hemos convertido en Iglesia y
proclamamos a nuestros hermanos la Verdad del Evangelio. Tú y yo, pobres
pecadores, somos elevados por el Bautismo, a corredimir con Cristo y expandir
el Reino de los Cielos. Es allí, y sólo allí, donde todos los hombres somos
convocados para ser amados por lo que somos. Es, en el corazón de Cristo,
donde somos aceptados por el valor que tenemos: ser imagen de Dios; aunque
esta imagen sea ahora una proyección borrosa de nuestros pecados. Jesús nos
llama a descansar en Él; a cobijarnos en su interior, porque en su Iglesia ha
dejado los medios necesarios para que, arrepentidos ante su presencia, nos
convirtamos a su amor y recibamos el Sacramento del Perdón.
Pero no olvidéis que, como siempre os digo, el Señor
ha querido necesitarnos –como miembros suyos que somos- para expandir su
mensaje y hacer crecer en el interior de los hombres, la semilla del amor
divino. Debe ser una necesidad perentoria para todos aquellos que estamos
bautizados, derramar al mundo la realidad que hemos conocido, que vivimos y
que participamos en nuestro interior: Jesucristo vive y quiere dar a los
hombres la posibilidad de crecer como hijos de Dios; disfrutando de la
alegría propia de la filiación, que ilumina y da sentido a todos los
acontecimientos diarios.
Ya nada es igual, porque cualquier hecho, dificultad o satisfacción, forma parte del plan divino que Dios ha trazado -contando con nuestra libertad- para nuestra salvación. No hay nada mejor, ni más importante para regalar y transmitir a todos los seres que amamos, que esa pequeña semilla que se asienta en el alma del cristiano, para fortalecerlo y ayudarlo a caminar, hacia la Patria Celestial. Con ella, Simón fue Pedro y piedra de la Iglesia; y Saulo de Tarso fue Pablo, apostol de los gentiles, que expandió la salvación al mundo. ¿A qué hemos sido llamados tú y yo? ¡Meditémoslo!
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