1 de julio de 2014

¡Hombres de poca fe!



Evangelio según San Mateo 8,23-27.


Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron.
De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.
Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: "¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!".
El les respondió: "¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?". Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

COMENTARIO:

  Este texto del Evangelio de Mateo es, sin duda, muy eclesiástico; porque, como bien sabéis, desde los primeros albores del cristianismo la Iglesia fue conocida como la Barca de Pedro. Lo primero que nos dice el escritor sagrado, es que Jesús subió a Ella, como nos prometió que haría, y los discípulos le hemos seguido, como hicieron aquellos, para recorrer junto al Maestro las aguas de la vida.

  Hemos visto en muchísimas ocasiones de la historia, como esa barca –imagen de la Iglesia- ha sufrido serias dificultades por los embates de las olas; y, como muchas veces, los miembros que la formamos hemos pensado que podíamos perecer. Seguro que nos hemos planteado, en más de una ocasión, donde estaba Dios cuando nuestros hermanos sufrían –la mayoría de las veces en su lugar de origen- intolerancias, persecuciones, agravios, o incluso, la muerte.

  No hace tanto, y es bueno no olvidarlo para no cometer el error de repetirlo, en nuestro país muchas personas fueron ejecutadas, no por ideas políticas, sino por el simple hecho de defender su fe. Me remito a los cientos de beatificaciones y canonizaciones que han tenido lugar por el Santo Padre, en honor de todos aquellos que murieron mártires, perdonando a sus verdugos. Se ha sufrido, se sufre y se sufrirá, un odio a la Iglesia que justifican identificándola como una sociedad opresora; y blasfemian contra un Dios, que aseguran que no existe. Es, como todas las cosas del diablo, un sinsentido que solo tiene la finalidad de terminar con la fe, y erradicar a Nuestro Señor del mundo. Aquí y allí; ayer, hoy y mañana, Jesús siempre estará perseguido y, consecuentemente, lo estarán los miembros que conforman su Cuerpo Místico.

  Pero ese Cristo que está con nosotros, tiene el poder –porque así lo ha demostrado-  de curar enfermedades, vencer a la muerte y dominar a los elementos de la naturaleza; y todo esto puede hacerlo, porque es el Hijo de Dios. Entonces ¿Porque permite el Señor que pasemos por esos malos tragos? Pues porque los malos tragos son, generalmente, el termómetro donde calibramos nuestra fe. Es en las circunstancias más difíciles, donde nos reafirmamos en nuestro sentir y, comprendiendo lo poco que somos y que nada está sujeto a nuestro control, descansemos en Aquel que es dueño del tiempo y del espacio.

  Toda nuestra vida –lo bueno y lo malo- deben ser aceptados como los caminos, a veces complicados, que ha trazado el Señor para que alcancemos su Gloria. Y Cristo nos promete que ese trayecto no lo haremos solos, sino que lo haremos junto a Él. El temor y la desesperación sólo son el fruto de un corazón que está dormido para Dios. No nos hace falta llamar su atención, si tenemos la seguridad de que, si estamos en Gracia, Jesús nos cuidará, nos protegerá, nos guiará y nos infundirá esa paz que solamente surge de su presencia. Y esa presencia sólo se hace efectiva, en la vida sacramental de la Iglesia.

  Por eso, cuando nos sintamos desfallecer y las circunstancias contrarias nos superen, hemos de recurrir al encuentro de ese Jesús, que nos espera en la humildad Del Sagrario. Y es entonces, cuando le entreguemos nuestro corazón al Maestro, el momento en el que nos susurrará al oído las palabras del Evangelio: “¿Porqué tanto miedo? ¡Qué poca es vuestra fe!”