5 de julio de 2014

¡La Nueva Ley!



Evangelio según San Mateo 9,14-17.


Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!".

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo es una consecuencia del que escuchábamos ayer; donde los fariseos que veían a Jesús comer al lado de los pecadores, se escandalizaban y murmuraban contra Él. Justamente estos versículos que vamos a contemplar, iluminan los gestos del Señor que no hace acepción de personas en su Reino. Nos dice el Maestro, ante la insistencia de aquellos que lo increpan porque no cumple los preceptos legalistas de la antigua Ley, que trae un modo distinto de relacionarse con Dios: que suple el temor por el amor. Y que esa relación implica una regeneración total que comienza por reconocer con humildad nuestra naturaleza caída y, ante ella, unirnos al Padre amado, aceptando y cuidando de todos los demás.

  Cristo nos habla de un espíritu de apertura que nace del corazón, y que es demasiado nuevo para ser amoldado a aquellas viejas formas que se guiaban por el rigor, y que habían vaciado de contenido la letra. Evidentemente que el Señor no suprimió el ayuno – cómo iba a hacerlo si Él lo practicaba; solamente hemos de recordar los cuarentas días que Jesús estuvo en el desierto- sino que les hizo ver que frente a esa complicada casuística  que utilizaban, y que ahogaba en normas la sencillez de la verdadera piedad, al hombre le debía mover el deseo –desde su interior- de vivir la oración del cuerpo, mortificando por amor, sus sentidos. Porque no podemos olvidar nunca, que somos una unidad inseparable de cuerpo y espíritu, que se relaciona con Dios en la totalidad del ser.

  Jesús les aclara, a aquellos que le escuchan, que sus discípulos “ya ayunarán”; y en ese futuro que albergan las palabras de Cristo, se esconde el don de la Iglesia. Porque es entonces, cuando el Señor haya enviado su Espíritu sobre Ella, cuando con su Magisterio, la Barca de Pedro guiará y concretará en cada época –por los poderes divinos que ha recibido- las formas de ayuno más precisas, adecuadas y necesarias que nos ayudarán a vivir la oración de una fe no fingida, que expresa y comparte -con su cuerpo-  la Pasión del Hijo de Dios.

  También los Pastores nos recomendarán no embotar nuestros sentidos y, hasta pasar hambre y sed, para elevar el espíritu al encuentro del goce de la Verdad y la Sabiduría. Esa práctica tan común entre los primeros cristianos y que parece que está en desuso hoy en día, tiene una muy fácil explicación: cualquiera de nosotros que quiera hacer un trabajo intelectual, que requiera concentración,  comprobará que le es más sencillo conseguirlo si tiene en su estómago poca comida. Es una cuestión fisiológica, de riego sanguíneo, que nos indica el sentido común; ya que al hacer una digestión más pesada, la sangre asiste al estómago y disminuye la que le corresponde al cerebro. Esa es la explicación del porqué después de una buena comida, nos da esa sensación de sueño.

  Pues bien, la oración mental necesita introspección, y precisa de la imaginación; requiriendo, sin duda, un esfuerzo intelectual. Por eso la Iglesia, que es Madre, conociendo nuestra limitación natural, nos recomienda los medios más precisos para conseguir, con menos dificultad, el encuentro en nuestro interior con ese Jesús de Nazaret, que nos espera desde toda la eternidad. El Cuerpo de Cristo, con todos sus miembros, solamente vive para facilitarnos esa unión sagrada que le encomendó el Hijo de Dios. Todos sus preceptos y todas sus recomendaciones, no son fruto del capricho, sino del Espíritu de Cristo que conociendo nuestra humanidad –porque la compartió-  nos facilita con ellas, alcanzar la salvación.