9 de octubre de 2014

¿Qué es orar?



Evangelio según San Lucas 11,5-13.


Jesús dijo a sus discípulos:
"Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',
y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?
¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!".

COMENTARIO:

  Vemos, en este Evangelio de Lucas, como el Señor relaciona la oración que les acaba de enseñar –el Padrenuestro-, con la actitud que deben tener al evocarla. Rezar es, indiscutiblemente, hablar con Dios y a Dios de todas nuestras cosas: manifestarle aquello que nos inquieta; hacerle partícipe de nuestros proyectos; conversar sobre nuestra familia, agradecerle sus favores… Pero todo ello, desde una perspectiva distinta a la que tendríamos si participáramos en una charla con un amigo, por mucho que lo quisiéramos. Y es que lo que marca la diferencia, es la seguridad y la convicción de que poner al Señor en el sumando de nuestra vida, es alcanzar resultados seguros, porque contamos con un Poder infinito. Que tener a Jesús de nuestro lado, es sabernos respaldados por un “Socio” Todopoderoso, que nunca nos falla y jamás nos abandona, en el negocio de nuestra redención. Es, en resumen, recuperar esa paz que proviene de la garantía de su Providencia.

  Pero el Maestro sabe que los hombres, como los niños pequeños, pedimos las cosas sin conocer el verdadero alcance de las mismas; y, como buen Padre que es, está dispuestos a infringirnos un dolor pasajero, propio de negarnos aquellos que deseamos –aunque sea bueno-, para que seamos capaces de alcanzar bienes mayores. Y con esa pedagogía tan suya, que ha utilizado en todo el Antiguo Testamento (donde ha permitido pérdidas valiosas, justamente para que supiéramos apreciar su importancia), nos insiste en que aprendamos a esperar, intensificando nuestras oraciones y perseverando en nuestra confianza. Así se lo pidió a Abrahán, que fue capaz de esperar, contra toda esperanza; y, por ello, lo convirtió en padre de naciones.

  Jesús desarrolla esta imagen gráfica del amigo inoportuno, para declarar la eficacia de la oración. Y todos sabéis que el Hijo de Dios se define como el Camino, la Verdad y la Vida. Su Palabra no es sólo cierta, sino eterna; y, por ello, un bálsamo de ternura ante los que, con dificultad, intentamos ser fieles a la misión encomendada. Por eso, escuchar de sus labios que todo aquello que le pidamos, si es para nuestro bien, nos será concedido, provoca esa alegría profunda que es, o debe ser, la característica principal de todos los cristianos.

  Los judíos tienen en los Salmos, oraciones de petición a las que las acompañan las de acciones de gracias. Ya que ellos no tenían ninguna duda de que Dios, si lo creía conveniente, les haría el favor de concedérselo. No podemos dudar, ni por un momento, que Aquel que ha sido capaz de cargar sobre Sí mismo, el dolor por nuestros pecados, será incapaz de desampararnos en este camino terreno, hasta llegar a conseguir su Gloria.

  Y para que lo entendamos, y comprendamos el alcance de su amor, Jesús nos abre el conocimiento divino mostrándonos a Dios como Padre. Esa paternidad capaz de todo, para recuperar a uno de sus hijos. Pero esa paternidad respeta –como debe ser- la libertad, y por ello quiere que, por amor, deseemos formar parte de la familia cristiana y aceptar –como nuestra- la voluntad de Dios. Eso quiere decir que, cuando oramos sin descanso, expresamos a la vez el deseo de respetar el querer divino, por encima de todas las cosas. Y esa actitud es la que hará que el Señor nos envíe la luz del Paráclito, que nos permitirá comprender y aceptar los diversos caminos que el Padre ha dispuesto a nuestro paso para poder alcanzar, finalmente, su Gloria. Porque ése, y no otro, es el mayor Bien que puede conseguir el ser humano.  De ahí que todo, absolutamente todo, deba estar en función de poder lograr, la salvación prometida.