15 de octubre de 2014

¡Vayamos a su lado!



Evangelio según san Mateo 11, 25-30 :

En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

COMENTARIO:

  Este texto de san Mateo es, en sí mismo, una joya de gran valor para todos aquellos que leemos, y vivimos con pasión, el Evangelio. Ante todo, contemplamos esa oración que Jesús dirige a Dios, como Padre. Él, el Mesías, enseña a los hombres que, en su Humanidad, necesita de ese diálogo amoroso que vincula al ser humano con su Dios. Por eso, cada uno de nosotros, si no es capaz de hacer de su vida, oración, dirigiendo al Altísimo cada minuto de su existencia, solamente logrará que, cada minuto de su existencia, pierda el verdadero sentido de su “porqué” y su “para qué”.

  Pero mientras Cristo alaba al Señor, nos descubre –en sus palabras- que Él es la Revelación divina, que se ha hecho Carne. Que tantos y tantos siglos de historia de la salvación, donde Dios ha hablado a través de los hechos y de sus enviados –los profetas-, han dado paso a la culminación de los tiempos; y el Verbo divino, la Palabra, se ha encarnado de María Santísima, para hablar a los hombres, con voz de Hombre. Ya no hay más dudas, ni más interpretaciones relativas, sino la luz del Espíritu que ilumina, a través de Jesús, el descubrimiento de la Verdad divina.

  La Trinidad se ha revelado al género humano, para que el género humano pueda alcanzar la Trinidad; ya que es imposible desear aquello, que no se conoce. Ahora bien, el Señor nos advierte que ese discernimiento sólo estará abierto a los que, con humildad, no confíen en sus solas fuerzas para alcanzar la Sabiduría. Que no se estimen a sí mismos, como autosuficientes para llegar al saber del Sumo Hacedor. Porque el que se valora pobre ante Dios, ruega por adquirir sus beneficios; y es, en ese ruego, en el que el hombre quiere alcanzar su bien más preciado: la fe. Por eso, en ese momento, el Señor se excede y nos permite contemplar y compartir con Él, la luz del Conocimiento.

  Pero a todos aquellos soberbios, que buscan fuera de Dios la explicación de los enigmas de un mundo que, justamente, ha salido de las manos de Dios, les será negado alcanzar la razón consciente e íntima de las cosas. No por un castigo divino, sino porque ellos mismos se niegan, voluntariamente, a encontrar la verdadera inteligencia que descansa dentro de la ley natural, impresa por el Creador en su obra. Trasgredir e ignorar, sólo agravará los problemas: vemos como una enfermedad, cuando parece que se contiene, da paso a otra, que es muchísimo peor; que una guerra, que termina con miles de vidas humanas, conlleva otras que no admiten justificación; que los hombres, cada día más, se pierden y nos pierden por su codicia, el orgullo y la sed de poder. ¿Cómo es posible que alguien dude, ante semejante descalabro, de nuestro error al sacar a Dios de nuestro ser y nuestro existir diario? No se han dado, como en el siglo XX, tantas atrocidades a lo largo de la historia humana, en nombre de las ideologías, sobre todo las materialistas que fueron las bases del nazismo y del marxismo.

  Si ya es difícil resistir las tentaciones del diablo, por la herida que el pecado dejó en la naturaleza humana, imaginaros si esta lucha la intentamos ganar sin contar con la fuerza de la Gracia, que proviene de una intensa vida sacramental. ¡Es imposible! Y bien lo sabe el diablo; por eso, poco a poco, ha ido esgrimiendo con demagogia, a través de aquellos que están para servirle, un discurso sobre la libertad, donde vacía su verdadero sentido de contenido. Esos argumentos, sin fundamento pero con un alto grado de populismo, donde parece que lo más inteligente para alcanzar un equilibrio social, es erradicar a Dios de nuestro mundo, de nuestra familia y, sobre todo, de nuestra conciencia personal.

  Cómo os decía anteriormente, no se puede amar aquello que no se conoce; y por eso intentarán con todas las fuerzas, que las nuevas generaciones no oigan hablar del Señor; aunque sea silenciando, con sendas difamaciones, a la Santa Madre Iglesia. De ahí que Jesús agradezca al Padre, el habernos dado a conocer la fe a todos aquellos que, sabiéndonos no merecedores de sus gracias, estamos llamados a transmitir al mundo la luz de su Palabra. Porque el Maestro, que conocía perfectamente el ayer, el hoy y el mañana, sabía que cada uno de nosotros sería, a través de la familia cristiana, esa Iglesia doméstica, llamada a evangelizar el mundo.

  El Señor nos previene también, sobre ese “yugo” pesado, que sobrecarga al hombre con leyes, carentes de toda esperanza. Él anunció ese tiempo de restauración, donde atraerá a todos sus fieles con vínculos de afecto y lazos de amor. Ya que sólo Cristo alivia el peso de una existencia, cargada de dificultades. Si todos tomáramos ejemplo de ese Jesús, que es “manso y humilde de corazón”, pondríamos nuestra confianza en el Señor y desistiríamos de esa cólera y ese enojo, que nos quita la paz y nos conduce a un oscuro abismo existencial.

  Y eso, no os confundáis, no quiere decir que no actuemos para conseguir un mundo mejor, sino tener la seguridad de que el mundo no será mejor, si no cambiamos el corazón de las personas, poniendo a Cristo en sus vidas. Sólo Él alivia el peso de un acontecer complicado; porque ha vivido en Sí mismo, por amor al hombre, la tribulación, el dolor y el sufrimiento. Nadie nos ha amado tanto como Jesús; y nadie será capaz de hacer por el hombre, lo que Dios ha hecho por cada uno de nosotros. No escuchéis “cantos de sirenas” que nos prometen un mundo mejor, erradicando al Maestro de nuestro lado; porque sólo Él ha demostrado en la historia, que ha compartido nuestros sinsabores, para que nosotros –en la verdadera libertad- decidiéramos compartir su Gloria. Vayamos a su lado, todos los que estamos cansados; porque sólo a su lado, conseguiremos alcanzar la paz.