17 de octubre de 2014

¡Siempre será lo mejor!



Evangelio según San Lucas 12,1-7.


Mientras tanto se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: "Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.
No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido.
Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas.
A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más.
Yo les indicaré a quién deben temer: teman aquel que, después de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí, les repito, teman a ese.
¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos.
Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros.

COMENTARIO:

  Podemos observar, en este Evangelio de Lucas, cómo el discurso que el Señor dirige a aquellas miles de personas, que le escuchan y se agolpan ávidas de oír su mensaje, cambia ligeramente de contenido y adquiere una dimensión escatológica. Para los que tengáis alguna duda sobre lo que significa eso, os diré que la escatología es el conjunto de creencias y de doctrinas que están relacionadas con la vida después de la muerte; o sea, que para el cristiano, se trata de aquellos temas que nos hablan del juicio final, la resurrección de los muertos y el retorno de Cristo.

  Las palabras del Maestro, son una invitación a pensar en el mañana, que nadie sabe lo próximo que está, invitando a la vigilancia. Jesús nos da instrucciones, porque sólo Él conoce ese lugar que el Padre nos tiene preparado; y ese momento en el cual todos, queramos o no, rendiremos cuentas al Sumo Hacedor. Ante todo hay un punto –que menciona el Señor- que, personalmente, siempre me ha dejado perpleja y, porque no decirlo, bastante aterrada: ese instante en el que todo saldrá a la luz y todos tendremos conocimiento, hasta en los más íntimos secretos, de todas aquellas intenciones que, de verdad, nos movieron a realizar nuestros actos.

  Por eso es tan importante que nos preparemos para ello y luchemos, cuanto antes, por tener rectitud de intención. Ese deseo que nos mueve, desde el alma, a buscar con nuestras acciones, la satisfacción de Dios; independientemente de lo que puedan pensar los hombres. Y esa forma de actuar se adquiere, trabajando las virtudes; luchando por erradicar el egoísmo, la envidia y la maledicencia… Es repetir sólo aquellos actos que nos perfeccionan a los ojos del Señor, evitando todos los otros que nos apartan. Es adquirir los hábitos que nos hacen más humano y, por ello, más divinos: tener paciencia con los demás; no desconfiar del prójimo; no prejuzgar y disculpar siempre; ser cordiales, amables y educados. Tantas y tantas pequeñas cosas que facilitan, sin darnos cuenta, un mundo mejor.

  Pero eso hay que hacerlo desde el corazón, ya que cuando el Señor nos llame a su presencia, de nada nos servirá la imagen que proyectamos a los demás, y por la que los demás nos han valorado; sino el amor que ha esculpido, a golpes de entrega, la ayuda a nuestros hermanos. Y Jesús nos advierte de que nos cuidemos de todos aquellos que, a lo mejor sin saberlo, son el medio y la oportunidad para que el diablo haga flaquear nuestra fortaleza. Nada ni nadie que nos presente un camino sin dificultades, donde la finalidad sea satisfacer todos nuestros deseos, es discípulo del Maestro. Porque, como bien sabéis, Jesús nos ha advertido a todos los que queremos seguirle, que es indispensable para ello que estemos dispuestos a coger, voluntariamente, la cruz de cada día. Y eso significa renuncia y disponibilidad alegre a sus planes, sean los que sean.

  Hemos visto también, en días anteriores, como el Señor era acosado y atacado por sus enemigos; por eso ahora, quiere preparar a sus discípulos para que no estén ajenos a esa persecución que sufrirán –independientemente del tiempo y el lugar en que se encuentren- por todos aquellos hipócritas, que viven una mentira como la vivieron los fariseos. A todos los que seguimos los pasos de Cristo, como Iglesia, también nos acusarán y atribuirán nuestras obras al poder de Belcebúl, intentando desprestigiarnos y, si es posible, destruir nuestra honra, que es nuestro bien más preciado. Pero Jesús nos pide desde estas páginas que, llegado este momento, seamos valientes y confiemos en su Providencia. Que hoy, como ocurrió entonces, Dios enviará el Espíritu Santo –a través de sus Sacramentos y la oración- y Éste nos asistirá con su Sabiduría, dándonos la luz que ilumina la oscuridad del alma, que nos provocan las tribulaciones.

  Tenemos muchísimos ejemplos de esa Gracia inmensa, que ha consolado a todos aquellos que nos precedieron en la fe y que nos han dado, con su martirio, testimonio de vida. Ellos no pidieron salvarse, si eso no entraba en los planes de Dios; sino ser fieles a la misión que se les había encomendado, y que por la misericordia divina, fueran capaces de alcanzar la gloria de la resurrección en Cristo. Todos hemos de tener claro, porque Jesús lo ha repetido en todo el Evangelio, que Dios no nos abandonará jamás, si nosotros no deseamos hacerlo. Que estamos en sus manos, con la absoluta certeza y confianza de que nada puede pasarnos, si Él no quiere y, como decía santo Tomás Moro, si Él lo quiere, por muy malo que parezca, siempre será lo mejor.