6 de octubre de 2014

¡Dios sabe más!



Cuando me encontraba en la cama del hospital, a la espera de la decisión de si me intervenían  quirúrgicamente,  pensé –con tristeza- que parecía que mi ángel de la guarda, había estado distraído, dando una vuelta, o jugando al mus. Pero al instante comprendí, por la gracia del Espíritu, que la decisión de subirse a una silla, alta e inestable, había sido sólo mía. Y que Dios, como siempre, no iba a interferir en mi libertad; en esa estúpida “audacia”, que me lleva a pensar que sigo teniendo veinte años, cuando estoy a punto de triplicarlos. El Señor, simplemente y como siempre, me evitó males mayores y su Enviado cuidó de que no perdiera la vida, en un accidente torpe e irracional. Queda el dolor intenso, que es el rédito de mi atrevimiento; y que, si lo consigo con la ayuda divina, será camino de salvación, al unirlo al sufrimiento de Jesucristo en la cruz.

  Por eso, viendo todo lo que ha sucedido, pienso que Dios sabe más, mucho más, y que permite mis errores para hacerme crecer en humildad, en disponibilidad a los planes divinos y, sobre todo, para que intensifique mi oración. Otras veces, como les ha ocurrido a muchas de mis amigas, son otros los que les producen los padecimientos que, si no recurrimos al Señor, terminan por quitarnos la paz y la alegría. Cada coyuntura  de nuestra vida, nos enfrenta a la realidad de suponer que estamos solos ante la dificultad y las circunstancias adversas. Pero un cristiano, recordad, nunca está solo; porque siempre tiene –si está en Gracia- la presencia de Dios en su interior. Eso es lo que nos diferencia de los demás: no la riqueza, ni el saber, ni el poder, sino el convencimiento de que nuestra vida tiene una finalidad y esa finalidad comienza y termina en el Señor. Nada es gratuito, nada sucede porque sí; solamente hemos de confiar en el Padre y recordar que, cuando parece que no podemos más, Él nos carga a sus espaldas –como  la oveja perdida- para devolvernos al redil de su inmenso amor.

  Y esas situaciones, en las que somos conscientes de nuestra debilidad, nos sirven, no lo olvidéis, para requerir también la ayuda de nuestros hermanos, en la comunión de los santos. Esa riqueza inconmensurable donde demandamos sus rezos para que sean, unidos a los nuestros,  una súplica que Nuestro Dios no pueda rechazar. ¡Es tan grande ser Iglesia de Cristo y pertenecer a la familia cristiana! Nunca nos sentimos desamparados, porque en alguna parte del mundo y en muchos lugares a la vez, asciende una plegaria por todos nosotros, en el sublime ofertorio del sacrificio del Altar. Por eso os animo, a utilizar este medio como camino para unirnos todos en las peticiones que preciséis. Os aseguro que no hay nada tan infalible como una cadena de oración. No os prometo, porque eso es imposible, ya que nos hemos comprometido en las aguas bautismales a cargar con amor la cruz de cada día, libraros del dolor, la soledad o las injusticias; pero sí que me comprometo a compartirlas con vosotros en mi oración y aseguraros que, como dijo el Señor, recibiremos el bálsamo de ternura que es la luz que ilumina y nos deja ver la trascendencia del sufrimiento, en el camino de nuestra redención.