10 de mayo de 2014

¡El Buen Pastor!

Debido a que voy a estar fuera durante unos días, he decidido -como ya hemos hecho otras veces- transmitiros correlativamente los evangelios correspondientes a los días 9/10/11. Espero que disculpéis las molestias y los leáis como corresponden. Un saludo a todos.




Evangelio según San Juan 6,52-59. (VIERNES)

Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Juan, nos descubre la segunda parte del discurso donde Jesús revela, sin que quede ningún género de dudas, el misterio de la Eucaristía. Llama la atención el realismo de sus palabras, que excluyen cualquier interpretación en sentido figurado. Esta vez el Maestro no coge a parte a sus discípulos para ampliar la explicación o aclarar una parábola, sino que explicita con la propia fuerza del contenido, el profundo significado de su mensaje.

  Aquellos que le escuchan, se asustan de lo que oyen, porque les parece que no puede ser verdad lo que le transmiten sus oídos: Cristo quiere que coman su Carne y beban su Sangre; y, al hacerlo, les promete que tendrán la vida eterna. El Texto no dulcifica la reacción de aquellos hombres, dejando constancia de la carencia de simbolismos que contenía el discurso del Señor; y a nosotros no nos queda ninguna duda de que ese Pan que nos va a dar, es su verdadero Cuerpo; y ese vino, su verdadera Sangre.  De aquí, de ese párrafo, también ha nacido la fe de la Iglesia de que mediante la conversión del pan y el vino, se hace presente Cristo en el Sacramento. No hay que olvidar nunca que el sacramento es el signo visible de la realidad oculta de la salvación. Por eso Jesús, a través de la consagración del pan y el vino opera el cambio de toda la substancia del pan, en la substancia del Cuerpo de Cristo; y toda la substancia del vino, en la substancia de su Sangre, llamándose a ese cambio “transubstanciación”.

  Así se puede entender perfectamente, que Nuestro Señor convierta ese pan –que es el alimento material del hombre- en ese Pan Sagrado –Él mismo-  que es el alimento indispensable para el alma humana. Dios nos ama, en una totalidad; y espera que nosotros sepamos responderle con la misma integridad: con nuestra fe y nuestras obras. Por eso nos recuerda que el Padre, que cuidó siempre de su pueblo, a través del maná que los hebreos consumieron en su viaje por el desierto, no podía dejar sin alimentar a todos aquellos que vagamos por los caminos de la vida, al encuentro del Señor en la tierra prometida: su Iglesia.

  Así, con un amor extremo, entregará su Cuerpo y su Sangre por nosotros en un sacrificio libre y voluntario, para liberarnos de la muerte y darnos, otra vez, la Vida. Pero para ello debemos recibir, con la misma libertad y voluntad, ese Cuerpo y esa Sangre que puso en el Altar del sacrificio. En cada Misa, en ese altar particular, se repetirá esa donación del Hijo de Dios al Padre, por cada uno de nosotros. Y cada uno de nosotros deberá decidir si quiere recibir a Cristo en su interior, haciéndose uno con Dios, renunciando al pecado y comprometiendo su vida. Hoy el Señor nos insta a no escudarnos en evasivas; en los “quizás”, o los “tal vez”. Hoy Jesús nos busca desde la veracidad de unas palabras que no admiten otra interpretación que la de su propia Palabra. Hoy el Maestro nos llama a comprometernos con el deseo de comulgar y recibirlo de forma diaria y habitual. Quiere estar contigo ¿Piensas abrirle tu corazón?



Evangelio según San Juan 6,60-69. (SÁBADO)

Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?".
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza?
¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?".
Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.
Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, se pone de manifiesto la respuesta de algunos discípulos a las palabras del Maestro. Al revelar a todos los que le escuchan la realidad del mensaje eucarístico, el Señor les exige que lo reciban desde el conocimiento de la fe. Desde esa confianza que no se basa en lo que demuestran los sentidos, sino que descansa en la seguridad de la Persona que lo transmite. Cristo quiere que creamos en Él y, por ello, nos fiemos de la veracidad de su mensaje.

  Sólo así podremos entender que aquel trozo de pan que nuestros ojos observan es, en realidad, el Cuerpo de Cristo que nos transmite nuestro corazón, apoyado en la Palabra divina. Quiere el Señor que no atendamos exclusivamente a lo que aprecian nuestros sentidos, sino que lo aceptemos como revelación de Dios que es “espíritu” y “vida”. Y esa realidad inmensa y gloriosa, muestra del amor incondicional de Dios, le cuesta al Verbo encarnado el desapego y la incomprensión de muchos de los que le siguen. Solamente la referencia de Jesús a los acontecimientos futuros, que sus discípulos comprobarán con la gloria de su Resurrección, servirá para fortalecer la fe de aquellos primeros, que verán cumplidas las palabras del Señor.

  Si unas promesas se han hecho realidad, si hemos visto en sus milagros la mano omnipotente de Dios, lo mismo tiene que suceder con la realidad de su presencia en el Pan Eucarístico. Por eso Cristo les repetirá: “Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra, creáis”. Pero esos momentos son, para el Hijo de Dios, dolorosos… La promesa de la Eucaristía, que es un regalo incalculable para el género humano, ha provocado en aquellos oyentes de Cafarnaún, escándalos, discusiones y abandono. Sucedió, y sigue sucediendo, que aquellos hombres cerraron su entendimiento y su voluntad a la Gracia divina, negándose a aceptar lo que superaba la estrechez de su mente. Se negaron a abrazar la fe, porque les exigía contradecir a su razón; cuando estamos hartos de observar que, por amor, aceptamos muchas razones, que la razón no entiende.

  Por eso Pedro, en nombre de los Doce, expresa su confianza en las palabras de Jesús, no porque lo entienda, sino porque reconoce que proceden de Dios y Dios no engaña. Esta confesión del Primado de la Iglesia naciente, representa al mismo tiempo, la comunión de fe de todos aquellos que creemos en Jesucristo y que, por las aguas del Bautismo, hemos sido unidos a la fe de Pedro y sus sucesores; como criterio seguro de discernimiento sobre la verdad de lo que creen. Solamente el hecho sobrenatural de que Cristo dejara los Sacramentos a su Iglesia, como medio de salvación para todos los hombres que estamos en disposición de recibirlos, es un tesoro inmenso que precisa de toda una vida, para poderlo agradecer.  Gozar de su presencia en el Sagrario, y disfrutar de su Persona en la Comunión, es un milagro enorme; pero no más que los muchos que hizo Jesús por su caminar en la tierra de Israel. O creemos en todos, o no creemos en ninguno. No podemos escoger de Dios lo que nos conviene y, posteriormente, negar lo que no se ajusta a nuestras perspectivas. Dios nos lo pide todo: la entrega en cuerpo y alma de nuestro amor, de nuestra confianza y, sobre todo, de nuestra fidelidad.



Evangelio según San Juan 10,1-10. (DOMINGO)

Jesús dijo a los fariseos: "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante.
El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir.
Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz".
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia."

COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Juan es, con la imagen de Jesús como el Buen Pastor, un resumen perfecto de cómo los hombres podemos conseguir la salvación: a través de la fe en Cristo y por medio de la Gracia que recibimos en los Sacramentos. El Señor es esa puerta por la que se entra a la Vida eterna, y, a la vez, es el Pastor que nos conduce al redil y que ha dado la vida por nosotros. Si recordáis, esas figuras del pastor, las ovejas y el redil, han sido un tema recurrente en la predicación profética del Antiguo Testamento; donde el rebaño era el pueblo elegido y Jesús, su pastor.

  Sirva para recordarlo este texto de Jeremías que, junto al de Ezequiel, son representativos de las promesas de nuevos pastores que hizo el Señor, ante la infidelidad de los reyes y sacerdotes, a quien se les aplicaba el mismo nombre:
“¡Ay de los pastores que pierden y dispersan las ovejas de mi majada!” –oráculo del Señor- Por eso dice el Señor, Dios de Israel, acerca de los pastores que apacientan a mi pueblo: “Vosotros habéis dispersado mis ovejas, las habéis ahuyentado, no habéis cuidado de ellas. Mirad que yo mismo me ocuparé de castigar la maldad de vuestras obras –oráculo del Señor- Congregaré los restos de mis ovejas de todas las tierras a donde las expulsé, y las haré volver a sus pastos para que crezcan y se multipliquen. Pondré sobre ellas pastores que las apacienten, para que no teman más y se espanten, ni falte ninguna –oráculo del Señor-.
Mirad que vienen días
-oráculo del Señor-
En que suscitaré de David un brote justo
Que rija como rey y sea prudente,
Y ejerza el derecho y la justicia en la tierra.
En sus días Judá será salvada,
E Israel habitará en seguridad,
Y este será el nombre con el que le llamen:
“El Señor, nuestra justicia”. (Jr 23, 1-6)

Y es imposible olvidar el Salmo 23, donde el Señor es comparado, con una metáfora, al Buen Pastor que guía sus ovejas:
“El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes prados me hace reposar; hacia aguas tranquilas me guía;
Reconforta mi alma,
Me conduce por sendas rectas
Por honor de su Nombre.
Aunque camine por valles oscuros,
No temo ningún mal, porque Tú estás conmigo;
Tu vara y tu cayado me sostienen…” (Sal. 23, 1-4)

  Ese es Nuestro Jesús; el Hijo de Dios en el que se han cumplido las antiguas escrituras. Por eso Cristo se aplica a Sí mismo la imagen de la puerta que, con su sacrificio y entrega, abre el aprisco de las ovejas para que entren en el redil, que es la Iglesia. Ya san Agustín nos recordaba, ante esa realidad, que todo aquel que quiera llegar a nuestro corazón, debe predicar la verdad de Jesucristo; porque no hay otra puerta que nos abra a la Redención. Para eso fundó el Señor su Iglesia, para recoger a sus ovejas en un lugar seguro –en ese redil sagrado- donde cuidan de nosotros pastores humanos, guiados por Cristo que nos sigue sin cesar y nos alimenta. Hasta el arte sagrado plasmó en sus pinturas esa figura entrañable del Buen Pastor que carga sobre sí a las ovejas; sobre todo a las más necesitadas. Representando de una manera gráfica, el amor de Cristo por cada uno de nosotros.

  Para comprender la intensidad del texto y la advertencia que nos hace Jesús, es necesario que recordéis que en aquellos tiempos era costumbre reunir, al oscurecer, varios rebaños en un mismo recinto. Ahí permanecían toda la noche bajo la custodia de un mismo guarda y, al amanecer, cuando llegaban los pastores, llamaban a sus respectivas ovejas que se incorporaban y salían del aprisco tras ellos. Para que eso fuera así, aquellos hombres les hacían oír frecuentemente su voz, y caminaban delante de ellas para que no se perdieran. El Señor ha hecho uso de esa imagen tan familiar a sus oyentes, para advertirles que el Hijo de Dios ha venido a este mundo para que escuchemos su voz: la Palabra; y caminar delante nuestro, mostrándonos el camino de la salvación: a través de la Iglesia. Y que entregó su vida santísima para liberarnos de las fauces de los lobos, que nos sujetaban con fruición.

  Nos previene el Señor contra todos aquellos que buscarán separarnos, con mensajes diversos que sembrarán nuestras dudas, del refugio seguro que ganó con su entrega. No escuchemos esos “cantos de sirenas” cuya única finalidad diabólica es hacernos naufragar en el mar de la vida eterna. Antes eran voces puntuales; ahora son aquellas que tienen una proyección mayor, porque se hacen eco los medios de comunicación. Crucemos las aguas en la seguridad que nos da la Barca de Pedro; porque sólo hay una Iglesia, la de Cristo, donde se encuentra el Magisterio seguro y la Tradición de todos aquellos que nos precedieron en la confianza de la fe.