25 de mayo de 2014

¿Qué es ser cristiano?



Evangelio según San Juan 15,18-21.


Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí.
Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes.
Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, el Señor nos indica una realidad que ha marcado y marcará para siempre la vida del cristiano: seguir a Jesús no es fácil, ni cómodo. Porque aquellos que caminan entre tinieblas, odian luz del Espíritu que ilumina a los que andan por su sendero. Motivo por el cual, o intentarán apagar –con mentiras y sembrando errores- el resplandor de la Verdad de Cristo; o pretenderán acallar las voces que, con su mensaje, encienden la llama de la fe.

  El Maestro, conocedor de todo lo que va a suceder y de la persecución e incomprensiones que van a sufrir los suyos, no quiere que se escandalicen ante el aparente triunfo del pecado que parece reinar en este mundo; y esto, como bien sabéis, es totalmente intemporal. Cada día contemplamos cómo aquellos que viven una vida disipada, tergiversando la verdad y viviendo al filo de la legalidad, parecen gozar de una existencia privilegiada. Pero Jesús nos dice, cómo les dijo a aquellos primeros, que ese sentimiento es efímero, porque no es real. El solo miedo de perder lo que tienen, porque les embarga una incontenible ambición, ya les causa una permanente intranquilidad. No se fían de nadie, porque sólo se conocen por lo que poseen; y la virtud y la honradez han dejado paso al interés y a la conveniencia.

  Cada uno de nosotros, a través de Cristo, ha comprendido que hay mucha más satisfacción en dar que en poseer; y que todos los que hemos contemplado al Resucitado hemos perdido el miedo a la muerte, porque el Señor nos ha abierto a la Vida eterna. En Él, todo ha cobrado sentido, y el dolor y la tribulación son ahora el camino de la santificación que Jesús nos ganó, derramando hasta la última gota de sangre por nosotros. Que aquí sólo estamos de paso y es el momento y el lugar donde el Hijo de Dios quiere que merezcamos libremente su Redención; encaminándonos por la senda angosta, hacia su Gloria. Porque es en la dificultad, donde se calibran y se valoran los verdaderos y profundos amores.

  Es ese convencimiento el que nos proporciona una alegría difícil de explicar para aquellos que sufren la desesperanza, a pesar de que parezca que lo tienen todo. Y que por más que intentamos comunicárselo, como están cerrados a Dios por el pecado, les causa rechazo e incomprensión. Por eso la hostilidad de los muchos, que siguen las directrices del diablo, debe ser para nosotros la medida de nuestro buen hacer; ya que como nos dirá muchísimas veces Jesús: “no se puede servir a dos señores a la vez”. Nuestro Padre nos pide la radicalidad de la entrega; la manifestación de nuestro ser y nuestro existir, que traduce en obras lo que el corazón siente. No se puede ejercer esa dicotomía falsa, donde el hombre sólo ejerce su cristianismo, en la intimidad de su conciencia; actuando públicamente como si Dios no existiera.

  ¡No! Ser cristiano es estar bautizado y pertenecer a la Iglesia de Cristo. Es participar de los Sacramentos y compartir la vida divina, con la fuerza de la Gracia, que nos impulsa a predicar el Evangelio. El propio Maestro nos ha escogido especialmente para transmitir a los que nos rodean la Verdad de la salvación. Y lo ha hecho revelándose con su Palabra y sus obras, para que ya no tengamos excusas; para que no podamos decir que desconocíamos lo que el Hijo de Dios quería de nosotros. Jesús nos ha hablado tan claro, que hasta nos ha puesto sobre aviso del dolor que vamos a sentir, si somos fieles a su Persona y seguimos sus pasos. Pero es en ese momento en el que cada uno de nosotros, haciendo un examen de conciencia –como hizo Pedro-, debe decirle y reconocer al Señor cómo el único manantial de Agua Viva, que es capaz de saciar la sed eterna del hombre.