19 de mayo de 2014

¡Descubrámonos!



Evangelio según San Juan 14,1-12.

Jesús dijo a sus discípulos:
"No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
Ya conocen el camino del lugar adonde voy".
Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?".
Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí."
Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: 'Muéstranos al Padre'?
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre."

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Juan vuelve a remarcar, pero de una manera algo más extensa, las palabras de Jesús que vimos hace unos días, en el comentario pasado. El Señor quiere mostrarnos que la esperanza cristiana es fruto de la confianza depositada en las palabras del Maestro, que nos aseguran que a pesar de nuestras miserias y debilidades, si nos mantenemos fieles, tendremos en el Cielo un lugar junto a Él. Que esa morada que Cristo prepara para nosotros en su gloria, es la consecuencia de la morada que en esta vida, nosotros preparemos para Él en nuestro corazón.

  Y esa certeza está fundada en la fe de la Palabra divina, que nos descubre en la Humanidad Santísima de Jesús, al Hijo de Dios que se ha hecho Hombre. Creer en Él, aceptar y vivir su mensaje, descansar en su Providencia y ser testigos en el mundo de su salvación, es andar en ese Camino y sostenernos en esa Verdad, que nos conduce a la Vida eterna. Porque participar de la Gracia divina, que se nos infunde en los Sacramentos, es ser en Cristo miembros de la familia cristiana que forma la Iglesia peregrina en su andadura terrena, hasta alcanzar la Gloria prometida al fin de los tiempos.

  Ante la pregunta de Tomás, que tal vez le hemos hecho todos al Señor en algún momento de nuestra vida, Éste les invita y nos invita a seguirle y aceptarle como el núcleo principal de nuestro existir. Porque Jesucristo es el rostro visible de ese Dios invisible que se ha revelado de una vez y para siempre en su Hijo, Nuestro Señor. Ya no caben más preguntas, pues todas han sido contestadas; ya no se puede seguir nadando entre dudas existencialistas, cuando el mismo Jesús nos ha rescatado de las aguas embravecidas y nos ha introducido en la Barca segura de Pedro. Ya no hay más miedo a perderse, cuando el Maestro ha señalizado perfectamente –con sus palabras y sus hechos- con sus mandamientos, el camino de regreso a la casa del Padre.

  Simplemente reclama nuestro Dios, por parte nuestra, una actitud de entrega que surja del amor; y un esfuerzo, que no se canse, por conocer. Y nos avisa que ambas actuaciones, que no son fáciles de mantener por las tentaciones que el diablo sembrará a nuestro paso, deben partir de un alma rendida y afectuosa que responde a la llamada divina del amor incondicional. Creer en Dios es aceptar a Cristo como su enviado; y aceptar a Cristo es convertir todos nuestros actos –o por lo menos luchar, para que así sea- en la respuesta coherente que nos exige la fe. Porque unas palabras que no vienen acreditadas por los actos, son en realidad un mensaje vaciado de  contenido. Ser discípulos del Señor significa transmitir a los demás esa paz y esa alegría cristiana, que es fruto del convencimiento de la fuerza de la oración. De descansar en ese lugar, al lado de Jesús, donde nuestro corazón deja de turbarse por las circunstancias adversas, y unimos nuestra voluntad a la divina, alcanzando así la salvación.

  Muchas veces, por más vueltas que le doy, no consigo entender cómo hay gente que sigue buscando a Dios en las teorías y las filosofías más variopintas, que nos llegan de tierras lejanas. Métodos y estilos de vida que a nada comprometen; cuando la historia nos ha demostrado con datos comprobados y comprobables, que Jesucristo nació, vivió, predicó y acreditó con milagros sus palabras; que murió por nosotros y con su resurrección gloriosa nos ganó la vida eterna. Que fundó su Iglesia, en la que nos espera a cada uno personalmente, para compartir su intimidad y regalarnos la fuerza de su Gracia. La gran diferencia, es que ese Jesús Nazareno nos advierte, desde el Evangelio, que seguirle equivale a caminar por un sendero muy angosto; y que entrar al cielo, significa abrir una puerta muy estrecha… nos dice que elegirle y escucharle, equivale a renunciar a nosotros mismos por el bien de los demás. Que significa admitir con humildad nuestras debilidades y, por ello, recurrir a sus Sacramentos y mantener con fidelidad la alianza que sellamos con las aguas del Bautismo. Es un absurdo buscar lejos, lo que se ha presentado ante nosotros, en nuestro corazón; por eso Jesús nos pide que seamos capaces de recibir la luz del Espíritu que duerme en nuestro interior, porque nos guste o no, somos imagen de Dios ¡Descubrámoslo!