Evangelio según San Juan 16,20-23a.
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo."
La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo.
También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.
Aquél día no me harán más preguntas."
"Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo."
La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo.
También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.
Aquél día no me harán más preguntas."
COMENTARIO:
Este Evangelio
de Juan es una continuación del que meditamos ayer, donde Jesús hace un
paralelismo entre el dolor que sufre una mujer al dar a luz, mientras se debate
entre la alegría y la esperanza, y la situación que van a vivir los discípulos,
ante el sufrimiento de los acontecimientos que están por llegar y el
convencimiento de que, a la vez, son necesarios para alcanzar la plenitud y la
felicidad del mensaje cristiano.
Esta imagen que
utiliza el Maestro, ha sido empleada frecuentemente en el Antiguo Testamento
por los profetas, para expresar las enormes dificultades que conllevará el
alumbramiento del nuevo pueblo mesiánico. Tanto Isaías, como Jeremías, Oseas o
Miqueas, han dado testimonio de este hecho, con sus escritos:
“Por
eso mis entrañas se llenaron de espasmos,
Dolores
como de parturienta se apoderaron de mí.
Me
he turbado al oírlo,
Me
he espantado al verlo” (Is 21,3)
“¡Vamos,
preguntad y mirad!
¿Es
que los machos están de parto?
¿Porqué
veo a todos los varones
Con
las manos en los riñones,
Como
las parturientas,
Demudando
sus caras por la palidez?” (Jr 30,6)
“Dolores
de parturienta le vendrán:
Él
es un hijo torpe,
Que
cuando le llega su tiempo
No
se pone a la salida del vientre materno” (Os 13,13)
“Ahora,
¿porqué gritas tan fuerte?
¿No
tienes rey?
¿pereció
tu consejero
Y
te atenaza un dolor como de parturienta?
Retuércete
y chilla,
Hija
de Sión, como mujer en parto,
Pues
ahora vas a salir de la ciudad,
Habitarás
en descampado
E
irás hasta Babilonia.
Allí
serás liberada,
Allí
el Señor te redimirá
De
manos de tus enemigos” (Mi 4, 9-10)
Cada uno de
estos hombres proclamó lo que Dios había puesto en su corazón –con sus palabras
y sus acciones- para que fueran guiando a su pueblo. Ahora, en este momento, es
la propia Palabra divina la que, hecha Carne, se expresa a los hombres –con su
misma voz- para anunciarles que ya ha llegado el nacimiento de ese nuevo Pueblo
de Dios –la Iglesia de Cristo-, vaticinado en las Escrituras. Y, como consta en
ellas, no será nada fácil; ya que comportará que el Señor sufra intensos
dolores que culminarán con la entrega de su propia vida. Ahora bien, el Maestro
nos indica que esos dolores, como de parto, se verán compensados por el gozo
inmenso de la consumación del Reino de Dios.
Jesús les
indica que, tras su Resurrección, les hablará con claridad y, ante los hechos,
comprenderán el misterio de su Pasión. Es en ese momento cuando entenderán,
como nos mostró san Juan con su definición, que Dios es amor; y que ha sido
capaz de entregar a su Hijo, para que nosotros alcancemos, en libertad, la
salvación. Y que, ante la realidad del milagro, todo cobra sentido; y con el
envío del Espíritu Santo, se iluminará nuestro conocimiento y se afianzarán
nuestros pasos en el camino hacia Dios.
Pero Jesús
quiere que nos quede muy claro, como repetirá en todo el Evangelio, que
nosotros también estamos llamados a sufrir –en nuestra medida- como miembros de
la Iglesia, que nace al mundo para transmitir la salvación a los hombres. Y que
son esos hombres, que no quieren ser salvados, los que intentarán por todos los
medios acabar con Ella; pero Ella es la convocación de todos los Bautizados en
Cristo. Por eso, no sólo atacarán –como ya lo hicieron- a Nuestro Señor, sino a
todos los miembros que formamos su Cuerpo Místico. Ante esto, Dios nos pide
confianza, paciencia, alegría en la tribulación, dominio y, sobre todo, amor.
Conoce nuestro corazón y sabe nuestras debilidades; por eso nos insiste en el
hecho de que siempre estará junto a nosotros, para que no perdamos la paz.
Aquellos
primeros lo vieron con sus ojos, y tocaron a Cristo Resucitado con sus manos.
Ahora nosotros lo percibimos con los ojos de la fe –que es otra forma de
conocer, más común de lo que imaginamos- y creemos en la certeza de la Palabra
revelada; porque Jesús nos espera en el sacramento Eucarístico, igual que
estaba entonces cuando caminaba junto a
los suyos, por esos senderos de Galilea. Hagamos caso al Señor cuando nos dice
que Él nos dará esa alegría inmensa que nadie nos podrá quitar; y repitamos con
san Pablo:
“Porque estoy convencido de que los padecimientos del
tiempo presente no son comparables con la gloria futura, que se va a manifestar
en nosotros” (Rm 8,18)