30 de mayo de 2014

¡Carta a los hebreos!



CARTA A LOS HEBREOS:  

Es uno de los escritos de mayor importancia y altura literaria del Nuevo Testamento; encontrándose al final del Corpus Paulino, como un eslabón entre los escritos de san Pablo y las Cartas Católicas. La elegancia y la perfección formal con que está escrita  -en un griego pulido y culto-  contrasta con el griego espontáneo y vigoroso de Pablo, así como la manera de enfocar los temas doctrinales y el peculiar modo de citar el Antiguo Testamento, no son los mismos que acostumbra a emplear el Apóstol de las gentes. De ahí, que ya desde los primeros siglos, se plantearan dudas sobre la autenticidad paulina de la carta, aunque en Oriente fue admitida desde antiguo como tal y san Policarpo la conoce  -aunque no menciona su autor-, circunstancia que sí atestigua Clemente de Alejandría  -según Eusebio-  que la cita como de Pablo, señalando que fue traducida del hebreo por Lucas. Orígenes, en el siglo III, habló de la posible existencia de un redactor de las ideas de san Pablo, como autor directo de la carta, y en cambio san Juan Crisóstomo  -gran admirador y profundo conocedor de los textos paulinos-  la consideró de Pablo. Como siempre, y tras largas discusiones, hacia finales del siglo IV apareció en las listas de los Concilios Africanos, hasta que el Concilio de Trento la sancionó solemnemente como canónica e inspirada, aunque no se descartó que hubiera sido escrita por un autor desconocido vinculado a la doctrina y al pensamiento de Pablo.

 

   La estructura literaria de Hebreos ha sido objeto de estudios minuciosos, pero es difícil de determinar; ya que a lo largo de la carta se van alternando partes explícitas de tipo doctrinal y partes exhortativas, entremezclándose, deliberadamente, el contenido moral con el dogmático. Las verdades de fe son presentadas por el autor como el fundamento de la conducta práctica que se recomienda y se pide a los destinatarios. En este sentido, la carta es un ejemplo admirable de la unidad entre doctrina y  vida, tan propio del Nuevo Testamento, constituyendo por ello un modelo de la mejor cultura religiosa cristiana. El texto permite reconocer, con cierta facilidad, cinco secciones doctrinales:



1.     Preexistencia de Cristo, su condición divina y su actividad creadora (1,1-4)

2.     Superioridad de Cristo respecto de los ángeles (1,5-2,8)

3.     Superioridad respecto a Moisés (3,1-4,13)

4.     El sacerdocio de Cristo, más excelente que el Levítico (4,14-7,28)

5.     El sacrificio de Cristo, superior a todos los sacrificios de la Antigua Alianza (8,1-10,18)



   El contenido ascético, exhortatorio y moral también se agrupa en secciones oportunamente intercaladas con las cinco anteriores. En líneas generales tratan de los siguientes temas:



·        El seguimiento de Jesucristo, como  imprescindible para la salvación (2,1-4)

·        La necesidad de imitar a los fieles que aceptaron la Revelación para entrar en el reposo de Dios (3,7-4,13)

·        Esperanza gozosa y normas de la vida cristiana (5,11-6,20)

·        Los motivos y ejemplos incomparables que deben animar al creyente a perseverar en su fe, a pesar de las dificultades (10,19-12,29)

·        Últimas recomendaciones (13,1-19)



·        Los versículos 7-17 del capítulo 13 parecen resumir los asuntos principales de la carta y contienen una exhortación final a la rectitud y vibración espiritual que debe caracterizar la vida cristiana.



   La carta fue compuesta por un cristiano culto de origen judío, buen conocedor de la Sagrada Escritura y de las cuestiones teológicas planteadas en el momento de la redacción y, además, muy cercano a san Pablo en el pensamiento y actividad; trasluciéndose que fue un hombre de cultura helenística, con gran celo pastoral y profundo conocimiento de la vida religiosa del pueblo hebreo y del culto del Templo de Jerusalén. Han sido numerosos los intentos de concretar el autor-redactor y se han aventurado nombres como: Bernabé, Lucas, Clemente Romano, Felipe, Silvano o el discípulo Apolo, mencionado en Hch. 18,24. Sin embargo, ninguna propuesta resulta satisfactoria, ya que la carta responde a un género intermedio entre el epistolar y el propio discurso o sermón escrito, recordando su estructura al género de ensayo teológico. El ritmo majestuoso de los versículos y la grandiosidad de los temas expuestos explican el extenso uso que la Iglesia ha hecho de ella en la Liturgia; siendo, después de Lucas, el modelo más elevado de la obra literaria del Nuevo Testamento.



   Es muy probable que los “hebreos” tenidos como destinatarios de la carta, fueran, en primer lugar, cristianos provenientes del judaísmo; buenos conocedores tanto del idioma griego como de la cultura hebrea y, en especial, de las ceremonias del culto mosaico. Por ello el principal propósito de la carta es mostrar la superioridad del cristianismo respecto a la Antigua Alianza; pero tanto el estilo como la intención no son polémicos. El escrito hace ver que la Nueva Ley es la perfección, el cumplimiento y la superación de la Antigua, por ello se centra en la consideración del sacerdocio y el sacrificio de Cristo como superiores a los levíticos, y ése es el fundamento doctrinal que respalda la exhortación a la perseverancia en la fe que el autor dirige a los destinatarios y que constituye el otro motivo primordial de la carta.



   Como fecha de composición se ha sugerido la década de los sesenta, es decir, antes de la destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos de Vespasiano y Tito en el año 70, ya que la caída de la ciudad no se menciona en ningún momento y en numerosos lugares sugiere que el culto mosaico continua en vigor. Bastantes autores señalan el año 67 como fecha de su composición; pero tampoco puede descartarse una fecha más avanzada en el primer siglo.



   La doctrina de la carta es fundamentalmente cristológica: la consideración de la figura de Cristo, Dios y Hombre y Gran Sacerdote de la nueva Ley, es como el eje que vertebra el documento, imprimiendo al conjunto una extraordinaria unidad. Vamos a contemplarlos por separado:



·        Cristología: El autor sagrado expone ante todo la Redención Universal obrada por Jesucristo Mediador, mediante el sacrificio de la Cruz y el derramamiento de su sangre. Cristo es al mismo tiempo la víctima perfecta que expía todos los pecados de los hombres y el verdadero Sumo Sacerdote que ofrece a Dios Padre el culto agradable, verdadero y eterno. Se trata, en último término, de una idea básica de la teología paulina que también aborda, brevemente, la preexistencia eterna del Verbo, su actividad creadora y su igualdad con el Padre. El sacrificio de Cristo, que no consiste  -como en el Antiguo Testamento-  en el derramamiento ritual de la sangre de los animales, es irrepetible y ha producido sus efectos salvadores de una vez para siempre; por ello, no puede repetirse ya que su eficacia es infinita. Así, la intercesión de Cristo Sacerdote a favor nuestro es eficaz, definitiva y permanente; y la tarea del hombre redimido consistirá en aplicarse con fe los frutos que vienen del sacrificio del Señor y crecer en la caridad que salva. La carta aplica a Cristo, cuatro títulos principales que manifiestan algún aspecto de su Ser: Hijo, Mesías, Jesús y Señor; refiriéndose a Él en otros lugares con las denominaciones de: Santificador, Heredero, Mediador, Pastor y Apóstol. En resumen, el autor sagrado manifiesta que Jesucristo es de ayer, hoy y para siempre.

·        Judaísmo y cristianismo: La carta muestra, sin ánimo polémico, que la objetiva superioridad del cristianismo sobre el judaísmo es un hecho decisivo de la historia de la salvación. La argumentación no apunta a una descalificación religiosa del judaísmo, sino únicamente le asigna el lugar preparatorio que le corresponde; manifestando como idea central que la ley mosaica resulta impotente para salvar al hombre caído en adán, proclamando en este sentido la caducidad religiosa de la Ley Antigua, abolida por Cristo y que es sustituida por la Ley Evangélica. Ese es otro principio básico del pensamiento paulino: el cristianismo es por tanto, la culminación del judaísmo, de modo que, aislada del Evangelio, la religión mosaica se hace ininteligible.

·        Fe y Revelación: La carta a los Hebreos es “una palabra de exhortación” Hb. 13-22, a perseverar en la fe, de la que hace una concisa, pero rica, definición que se ha hecho clásica en los comentarios de los Doctores y Padres de la Iglesia: la fe, según se expone en la carta, es una disposición que mueve a mantenerse fieles a lo que Dios ha prometido; pero estas promesas son el mismo Cristo y los bienes que Él ha logrado a los hombres por medio de su sacrificio redentor. La fe, en efecto, se ancla en Jesús que es la causa de nuestra fe y el punto de apoyo de la esperanza cristiana ante la contemplación de su rostro en la Patria definitiva. Pero la fe en Cristo es la fe en la Revelación, porque Jesucristo es la máxima revelación del Padre, que se nos ha manifestado a su mismo Hijo, La Palabra perfecta del Padre que ha hablado a los hombres: Por eso la fe en el Señor no es sólo fe en su Persona, sino en sus preceptos y enseñanzas que concluyen en exhortaciones de carácter moral y dogmático.

·        Escatología: Penetra el escrito, suministrando la clave interpretativa para entender bien las relaciones entre lo provisional y lo definitivo representados por el judaísmo y el cristianismo. El judaísmo ha sido la preparación al cristianismo, y el cristianismo es la perfección y el acabamiento de la religión de Moisés, así como el cristianismo tiene dos dimensiones: es algo ya iniciado aquí en la tierra, pero que encontrará su perfecta realización sólo en el Cielo. Cierto que la tierra prometida a Abraham era Palestina, pero no era sólo eso, era mucho más, era el Cielo; así ese Éxodo, al que Moisés condujo al pueblo, hasta la posesión de la tierra prometida, es figura de la vida cristiana. Jesús, como nuevo Moisés, conducirá a su pueblo a la posesión de la Patria definitiva. Esta tensión hacia las realidades del más allá se halla presente a lo largo de toda la carta, así como de la segunda venida de Cristo o Parusía como juez de vivos o muertos, anuncia el juicio futuro y se refiere a la renovación final del mundo.

·        La vida temporal del cristiano: La existencia cristiana en el mundo se concibe y se enseña como una peregrinación hacia la Patria celestial, hasta entrar en el “reposo” de Dios. Fiel a esta perspectiva, la carta acentúa las virtudes de la fe y de  la esperanza, propias del hombre viador que camina hacia la Patria, sabiendo que no faltarán dificultades y obstáculos, pero que se conseguirá teniendo a Cristo como guía, a través de una “teología del Éxodo” desde una perspectiva cristiana o neotestamentaria.