CARTA A LOS HEBREOS:
Es uno de los
escritos de mayor importancia y altura literaria del Nuevo Testamento; encontrándose
al final del Corpus Paulino, como un eslabón entre los escritos de san Pablo y
las Cartas Católicas. La elegancia y la perfección formal con que está
escrita -en un griego pulido y culto- contrasta con el griego espontáneo y vigoroso
de Pablo, así como la manera de enfocar los temas doctrinales y el peculiar
modo de citar el Antiguo Testamento, no son los mismos que acostumbra a emplear
el Apóstol de las gentes. De ahí, que ya desde los primeros siglos, se
plantearan dudas sobre la autenticidad paulina de la carta, aunque en Oriente
fue admitida desde antiguo como tal y san Policarpo la conoce -aunque no menciona su autor-, circunstancia
que sí atestigua Clemente de Alejandría
-según Eusebio- que la cita como
de Pablo, señalando que fue traducida del hebreo por Lucas. Orígenes, en el
siglo III, habló de la posible existencia de un redactor de las ideas de san
Pablo, como autor directo de la carta, y en cambio san Juan Crisóstomo -gran admirador y profundo conocedor de los
textos paulinos- la consideró de Pablo.
Como siempre, y tras largas discusiones, hacia finales del siglo IV apareció en
las listas de los Concilios Africanos, hasta que el Concilio de Trento la
sancionó solemnemente como canónica e inspirada, aunque no se descartó que
hubiera sido escrita por un autor desconocido vinculado a la doctrina y al
pensamiento de Pablo.
La estructura
literaria de Hebreos ha sido objeto de estudios minuciosos, pero es difícil de
determinar; ya que a lo largo de la carta se van alternando partes explícitas
de tipo doctrinal y partes exhortativas, entremezclándose, deliberadamente, el
contenido moral con el dogmático. Las verdades de fe son presentadas por el
autor como el fundamento de la conducta práctica que se recomienda y se pide a
los destinatarios. En este sentido, la carta es un ejemplo admirable de la
unidad entre doctrina y vida, tan propio
del Nuevo Testamento, constituyendo por ello un modelo de la mejor cultura
religiosa cristiana. El texto permite reconocer, con cierta facilidad, cinco
secciones doctrinales:
1. Preexistencia
de Cristo, su condición divina y su actividad creadora (1,1-4)
2. Superioridad
de Cristo respecto de los ángeles (1,5-2,8)
3. Superioridad
respecto a Moisés (3,1-4,13)
4. El
sacerdocio de Cristo, más excelente que el Levítico (4,14-7,28)
5. El
sacrificio de Cristo, superior a todos los sacrificios de la Antigua Alianza
(8,1-10,18)
El contenido
ascético, exhortatorio y moral también se agrupa en secciones oportunamente
intercaladas con las cinco anteriores. En líneas generales tratan de los
siguientes temas:
·
El seguimiento de Jesucristo, como imprescindible para la salvación (2,1-4)
·
La necesidad de imitar a los fieles que aceptaron la
Revelación para entrar en el reposo de Dios (3,7-4,13)
·
Esperanza gozosa y normas de la vida cristiana
(5,11-6,20)
·
Los motivos y ejemplos incomparables que deben animar
al creyente a perseverar en su fe, a pesar de las dificultades (10,19-12,29)
·
Últimas recomendaciones (13,1-19)
·
Los versículos 7-17 del capítulo 13 parecen resumir
los asuntos principales de la carta y contienen una exhortación final a la
rectitud y vibración espiritual que debe caracterizar la vida cristiana.
La carta fue
compuesta por un cristiano culto de origen judío, buen conocedor de la Sagrada
Escritura y de las cuestiones teológicas planteadas en el momento de la
redacción y, además, muy cercano a san Pablo en el pensamiento y actividad;
trasluciéndose que fue un hombre de cultura helenística, con gran celo pastoral
y profundo conocimiento de la vida religiosa del pueblo hebreo y del culto del
Templo de Jerusalén. Han sido numerosos los intentos de concretar el
autor-redactor y se han aventurado nombres como: Bernabé, Lucas, Clemente
Romano, Felipe, Silvano o el discípulo Apolo, mencionado en Hch. 18,24. Sin
embargo, ninguna propuesta resulta satisfactoria, ya que la carta responde a un
género intermedio entre el epistolar y el propio discurso o sermón escrito,
recordando su estructura al género de ensayo teológico. El ritmo majestuoso de
los versículos y la grandiosidad de los temas expuestos explican el extenso uso
que la Iglesia ha hecho de ella en la Liturgia; siendo, después de Lucas, el
modelo más elevado de la obra literaria del Nuevo Testamento.
Es muy probable que
los “hebreos” tenidos como destinatarios de la carta, fueran, en primer lugar,
cristianos provenientes del judaísmo; buenos conocedores tanto del idioma
griego como de la cultura hebrea y, en especial, de las ceremonias del culto
mosaico. Por ello el principal propósito de la carta es mostrar la superioridad
del cristianismo respecto a la Antigua Alianza; pero tanto el estilo como la
intención no son polémicos. El escrito hace ver que la Nueva Ley es la
perfección, el cumplimiento y la superación de la Antigua, por ello se centra
en la consideración del sacerdocio y el sacrificio de Cristo como superiores a
los levíticos, y ése es el fundamento doctrinal que respalda la exhortación a
la perseverancia en la fe que el autor dirige a los destinatarios y que
constituye el otro motivo primordial de la carta.
Como fecha de
composición se ha sugerido la década de los sesenta, es decir, antes de la
destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos de Vespasiano y Tito en el
año 70, ya que la caída de la ciudad no se menciona en ningún momento y en
numerosos lugares sugiere que el culto mosaico continua en vigor. Bastantes
autores señalan el año 67 como fecha de su composición; pero tampoco puede
descartarse una fecha más avanzada en el primer siglo.
La doctrina de la
carta es fundamentalmente cristológica: la consideración de la figura de
Cristo, Dios y Hombre y Gran Sacerdote de la nueva Ley, es como el eje que
vertebra el documento, imprimiendo al conjunto una extraordinaria unidad. Vamos
a contemplarlos por separado:
·
Cristología: El
autor sagrado expone ante todo la Redención Universal obrada por Jesucristo
Mediador, mediante el sacrificio de la Cruz y el derramamiento de su sangre.
Cristo es al mismo tiempo la víctima perfecta que expía todos los pecados de
los hombres y el verdadero Sumo Sacerdote que ofrece a Dios Padre el culto
agradable, verdadero y eterno. Se trata, en último término, de una idea básica
de la teología paulina que también aborda, brevemente, la preexistencia eterna
del Verbo, su actividad creadora y su igualdad con el Padre. El sacrificio de
Cristo, que no consiste -como en el
Antiguo Testamento- en el derramamiento
ritual de la sangre de los animales, es irrepetible y ha producido sus efectos
salvadores de una vez para siempre; por ello, no puede repetirse ya que su
eficacia es infinita. Así, la intercesión de Cristo Sacerdote a favor nuestro
es eficaz, definitiva y permanente; y la tarea del hombre redimido consistirá
en aplicarse con fe los frutos que vienen del sacrificio del Señor y crecer en la
caridad que salva. La carta aplica a Cristo, cuatro títulos principales que
manifiestan algún aspecto de su Ser: Hijo, Mesías, Jesús y Señor; refiriéndose
a Él en otros lugares con las denominaciones de: Santificador, Heredero,
Mediador, Pastor y Apóstol. En resumen, el autor sagrado manifiesta que
Jesucristo es de ayer, hoy y para siempre.
·
Judaísmo y cristianismo: La carta muestra, sin ánimo polémico, que la objetiva
superioridad del cristianismo sobre el judaísmo es un hecho decisivo de la
historia de la salvación. La argumentación no apunta a una descalificación
religiosa del judaísmo, sino únicamente le asigna el lugar preparatorio que le
corresponde; manifestando como idea central que la ley mosaica resulta
impotente para salvar al hombre caído en adán, proclamando en este sentido la
caducidad religiosa de la Ley Antigua, abolida por Cristo y que es sustituida
por la Ley Evangélica. Ese es otro principio básico del pensamiento paulino: el
cristianismo es por tanto, la culminación del judaísmo, de modo que, aislada
del Evangelio, la religión mosaica se hace ininteligible.
·
Fe y Revelación: La carta a los Hebreos es “una palabra de exhortación” Hb. 13-22, a
perseverar en la fe, de la que hace una concisa, pero rica, definición que se
ha hecho clásica en los comentarios de los Doctores y Padres de la Iglesia: la
fe, según se expone en la carta, es una disposición que mueve a mantenerse
fieles a lo que Dios ha prometido; pero estas promesas son el mismo Cristo y
los bienes que Él ha logrado a los hombres por medio de su sacrificio redentor.
La fe, en efecto, se ancla en Jesús que es la causa de nuestra fe y el punto de
apoyo de la esperanza cristiana ante la contemplación de su rostro en la Patria
definitiva. Pero la fe en Cristo es la fe en la Revelación, porque Jesucristo
es la máxima revelación del Padre, que se nos ha manifestado a su mismo Hijo,
La Palabra perfecta del Padre que ha hablado a los hombres: Por eso la fe en el
Señor no es sólo fe en su Persona, sino en sus preceptos y enseñanzas que
concluyen en exhortaciones de carácter moral y dogmático.
·
Escatología: Penetra
el escrito, suministrando la clave interpretativa para entender bien las
relaciones entre lo provisional y lo definitivo representados por el judaísmo y
el cristianismo. El judaísmo ha sido la preparación al cristianismo, y el
cristianismo es la perfección y el acabamiento de la religión de Moisés, así
como el cristianismo tiene dos dimensiones: es algo ya iniciado aquí en la
tierra, pero que encontrará su perfecta realización sólo en el Cielo. Cierto
que la tierra prometida a Abraham era Palestina, pero no era sólo eso, era
mucho más, era el Cielo; así ese Éxodo, al que Moisés condujo al pueblo, hasta
la posesión de la tierra prometida, es figura de la vida cristiana. Jesús, como
nuevo Moisés, conducirá a su pueblo a la posesión de la Patria definitiva. Esta
tensión hacia las realidades del más allá se halla presente a lo largo de toda
la carta, así como de la segunda venida de Cristo o Parusía como juez de vivos
o muertos, anuncia el juicio futuro y se refiere a la renovación final del
mundo.
·
La vida temporal del cristiano: La existencia cristiana en el mundo se concibe y se
enseña como una peregrinación hacia la Patria celestial, hasta entrar en el
“reposo” de Dios. Fiel a esta perspectiva, la carta acentúa las virtudes de la
fe y de la esperanza, propias del hombre
viador que camina hacia la Patria, sabiendo que no faltarán dificultades y
obstáculos, pero que se conseguirá teniendo a Cristo como guía, a través de una
“teología del Éxodo” desde una perspectiva cristiana o neotestamentaria.