23 de mayo de 2014

¡La ecología humana!



Evangelio según San Juan 15,9-11.


Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, el Señor nos confirma el profundo sentido de la Redención; y que no es otro que el del amor. No hay más motivos, ni más razones por las que Dios ha sido capaz de encarnarse y, haciéndose Hombre, cargar sobre Sí todos nuestros pecados para, en una cruz, expiar nuestras traiciones. Pero es que ese Dios, que ha culminado con su Pasión, Muerte y Resurrección, lo que tantas veces nos anunció con sus palabras, ha ido comunicando desde el principio de los tiempos, esa realidad divina que ha sido la causa de la propia Creación. Y es que es por ese Amor con mayúsculas, por el que Cristo se ha entregado al sufrimiento y por el que el mismo Padre dio a Moisés ese manual de instrucciones perfecto, para el buen funcionamiento del ser humano.

  El Señor que conoce y sabe todos aquellos pensamientos, hechos e intenciones que pueden destruirnos, hiriendo nuestro interior, nos insta a obedecerle y confiar en su Persona. Porque Él es el único que conoce la ecología humana y sabe el camino adecuado para alcanzar nuestra verdadera perfección. Y como tal conocedor, marca las normas –igual que hacemos los hombres, cuando queremos preservar el orden natural que corresponde a nuestro entorno- y castiga al que, por puro placer, es esclavo de sus deseos; sucumbiendo a la destrucción de sí mismo y de los demás. No nos pertenecemos, porque si así fuera seríamos capaces de darnos la vida; sino que la participamos de Aquel que es el Ser en su propia identidad divina: el Señor de la vida y la muerte, que nos deja en usufructo un tiempo de merecer y mostrar, con nuestros actos, si somos capaces de responder a la llamada amorosa de Dios. Por eso cumplir los mandamientos es un deber y no una sugerencia; ya que El Padre no quiere que nos destrocemos, tanto física como anímicamente, sino que -en libertad- conozcamos de dónde venimos y a donde debemos llegar, para conseguir la auténtica Felicidad. Somos de Dios, nos guste o no, y como tales debemos cuidarnos para alcanzar la Vida eterna y regresar a su lado.

  Jesús, en este párrafo evangélico, nos quiere demostrar que el amor auténtico es aquel que va acompañado de las obras que lo testimonian; y que amarle llevará siempre consigo el esfuerzo por guardar sus preceptos, sobre todo el que dio sobre el amor fraterno. Y no nos habla el Señor de no herir a los demás, sino de comprobar que la medida de nuestra entrega nos la ha dado el propio Cristo, muriendo por cada uno de nosotros: de los que le acompañaron al Calvario, y de los que le increparon en el Pretorio.

  El Señor quiere que la exigencia que nos mueva a ser fieles a sus mandatos, no sea el temor al castigo –que sobrevendrá-  sino el amor al Amigo, al Hermano, al Amante… Jesús quiere que nuestra fidelidad sea fruto de la respuesta a ese Dios, que nos amó primero. Que nos creó para compartir su Gloria y, para ello, se sometió al tiempo y a la fragilidad humana: nació, vivió, padeció para que tú y yo recuperemos libremente el lugar que nos corresponde en la eternidad.

  De eso se trata, cuando Jesús nos habla de la ley del amor: de confiar, de creer, de participar, de esperar y, sobre todo, de obedecer y servir. El Señor nos indica que solamente así, conseguiremos esta alegría cristiana que es producto de descansar en su Voluntad y Providencia. Porque sólo desde ese amor que se apoya en el Amado, seremos capaces de comprender que todas las prescripciones y todos los mandamientos que Dios nos ha dado en la Escritura, a través de la Revelación total de Jesucristo, son la manifestación de un amor incondicional, que no se rinde ante el proyecto de conseguir alcanzar la salvación para sus hijos. ¡Ahora todo depende del don preciado de nuestra libertad!